sábado, 24 de marzo de 2012

UN LUGAR LLAMADO CICLARE



Es una gran suerte, que como todas las suertes es fruto del trabajo, que nos hayan seleccionado nuestro cuento UN LUGAR LLAMADO CICLARE para el concurso "Los profes cuentan, los niños dibujan", organizado por ECOEMBES. De momento hemos conseguido que dicho cuento forme parte de un libro, junto a los otros nueve finalistas, cuyos beneficios serán destinados a Aldeas Infantiles.
Hasta el día 25 de marzo se puede votar para que, junto con los votos del jurado presidido por Ana María Matute, salga el ganador definitivo del concurso. Si lo conseguimos nos podremos ir unos días a una Granja Escuela.
Votad, por favor, en el siguiente enlace:
Os adjuntamos aquí nuestro cuento, con texto de un profesor del centro e ilustraciones realizadas por los alumnos y alumnas.

UN LUGAR LLAMADO CICLARE

Cuentan que ocurrió no hace muchos años, en una pequeña aldea llamada Ciclare. Se encontraba
situada en un lindo valle de verdes praderas por donde discurrían arroyos de agua pura y cristalina. Estaba rodeada de montañas con una majestuosa vegetación, con bosques de árboles centenarios de porte y variedad difícil de ver en otros lugares, como castaños, pinsapos, jacarandas o robles. Los madroños, acebos, jaras, endrinos, hortensias… entre otras muchísimas plantas de bellas flores, formas singulares o dulces frutos, eran un regalo para los sentidos. Muchos animales como astutos zorros, veloces liebres, hermosas mariposas o aves cantoras, vivían felices atraídos por los colores, aromas o sabores que allí existían.
El lugar, por su difícil acceso, se había mantenido estable y protegido durante siglos. Sus habitantes, fieles a sus tradiciones, llegaron a entablar una estrecha y bonita relación con la Naturaleza. Ella les proporcionaba todo lo que podían necesitar para hacerles una vida más feliz y placentera. Y ellos a cambio sólo tenían una cosa que hacer: cuidarla.
El progreso, con sus carreteras y coches, acercó la civilización al precioso valle, convirtiéndose en uno de los destinos preferidos de botánicos, escolares, montañeros, familias o, simplemente, curiosos. Eran muchos los que trataban de encontrar en esos bellos parajes todo aquello de lo que carecían en su vida cotidiana.
Los lugareños, que eran personas amables y acogedoras, se sentían felices con tanto visitante y apreciaban orgullosos como valoraban y admiraban con entusiasmo el entorno donde vivían. Pero, desgraciadamente, muchas de las personas que llegaron no tenían el cariño y respeto que la
Naturaleza se merece. En algunos casos no habían sido bien educadas, en otros, todo era producto de su desinterés, dejadez o descuidos. Esa reprobable manera de actuar y desenvolverse en el medio tuvo unas fatales consecuencias. En muy poco tiempo, todo el entorno comenzó a llenarse de residuos: latas de bebida, cajas de cartón, bolsas de plásticos, envases de brik, botellas
de cristal, papeles, etc.
Lo que la Naturaleza había conseguido durante muchos años, en menos de una década sufrió un tremendo deterioro. El maravilloso lugar que tantos admiraron se convirtió en un estercolero lleno de toneladas de basura repartidas por todos los rincones. Ahora ni los animales querían vivir allí. Poco a poco, la gente dejó de visitar el lugar.


Un buen día, los vecinos de Ciclare, que en otro tiempo se sintieron entusiasmados con tanto visitante, repararon en lo ocurrido y en la realidad en la que se encontraban. Entristecidos por descuidar y permitir el lamentable estado de la Naturaleza, trataron de buscar una solución, pero sintiéndose incapaces de enmendar esa situación, el desánimo y el pesimismo pronto se adueñó de ellos. ¿De todos? No, de Aniceto no.
Aniceto era un anciano que amaba su pueblo y la naturaleza. Había trabajado toda su vida en el campo y ahora se resistía a admitir que no se podía hacer nada. Trataba de convencer a sus amigos para que le ayudaran a quitar la basura, pero nadie quería por pensar que no era posible, ya que había mucha acumulada y de materiales que tardan mucho en degradarse, como el plástico, el metal o el vidrio. Aún así, Aniceto, con su característico optimismo, siempre decía: “Imposible es aquello que se deja de intentar por creer que es imposible”.
Un día, Aniceto trabajó toda la jornada recogiendo botellas, latas y otros envases tirados en el campo. Lo hacía voluntariamente, sabiendo que era considerado un iluso, ya que ni trabajando en ello el resto de su vida, podría limpiar de basura toda la zona. Pero a él no le importaba lo que pensaran, sabía que si retiraba un saco de basura, era un saco de basura menos en la Naturaleza.
Esa noche, Aniceto descansaba junto a la chimenea en su cómodo sillón. Trataba de leer antes de irse a la cama, pero los ojos se le cerraban y el sueño le llamaba con voz suave y susurrante. De repente algo se movió delante de sus pies. Dando un respingo se incorporó, al tiempo que abrió vivamente los ojos.
Asombrado por lo que veía, Aniceto se quedó paralizado. Algo irreconocible tenía ante sí. Era un extraño ser, una especie de enano que movía la cabeza de un lado a otro con una gran sonrisa en la boca.
- “¿Quién eres?” Preguntó el anciano, sin creer lo que veía.
- “Soy Junco, el duende del reciclado.” Contestó con su grave voz abriendo los brazos como saludo.
En ese momento Aniceto se fijó detenidamente en el pequeño duende y observó con asombro que quien le hablaba era un sencillo muñeco formado por elementos desechables de los que habitualmente se tiran a la basura.

Antes de que Aniceto pudiese hacer una nueva pregunta, Junco exclamó con entusiasmo:
- “¡Vamos! ¡Tenemos trabajo!”
El asombrado anciano, balbuceando, obedeció sumisamente. Salieron de la casa en dirección al campo. El duende le contó que solo quería ayudarle y que su misión era defender el medio ambiente como responsable del reciclado.
Llegaron a un lugar en plena naturaleza, donde la luz de la luna llena permitía observar los restos de basura desperdigada. Poco después, Junco dio unas palmadas y un silbido que retumbó en todo el valle y, alzando los brazos, la luz se intensificó. En ese momento un nuevo y extraordinario hecho ocurrió:
todos los restos de basura tirados y esparcidos empezaron a moverse y, de forma lenta pero constante, se reunieron en pequeños montoncitos. Y lo más fascinante, los viejos envases de latas, botellas, garrafas, cajas… se transformaban cobrando vida como graciosos animalillos o pequeños y extraños seres. Era algo extraordinario, era como ver una película de animación en insólito directo.
Más tarde, todas las criaturas, entre risas y cantos, comenzaron a caminar hacia Ciclare, bien formados en una larga y tupida fila encabezada por Junco y Aniceto. Ahora, mirando atrás podía observarse como, nuevamente, la naturaleza limpia recobraba su hermosura.

Llegaron a altas horas de la noche a las calles de la aldea. Los vecinos dormían, pero alertados por el ruido y por la fuerte luz, se asomaron a sus ventanas. Nadie daba crédito a lo que veía.
La larga procesión de animales y seres avanzaba caminando, saltando o reptando hacia la plaza principal, al tiempo que cantaban alegremente:
Tira, tira, tira basura,
Pero hazlo con mucha mesura.
Si de verdad la quieres tirar,
El contenedor adecuado debes usar.
Gris, amarillo, verde o azul…
Recuerda el color para hacerlo tú.
Los vecinos salieron de sus casas como hipnotizados, movidos por la curiosidad y el espectáculo, y acompañaron a la fila hasta la plaza. Allí observaron como los animalillos y pequeños seres formaron un gran círculo, en cuyo centro se encontraba Aniceto y Junco. De pronto, el duende alzó los brazos y tras un escalofriante silencio, todos esos animalitos y extraños seres, volvieron a su origen. Así, los plásticos, latas, vidrios o cartones, se quedaron separados por materiales en enormes montones, junto a un cartel en el que cada uno tenía escrito: verde, azul o amarillo.
Junco se fue como llegó, dijo adiós con su mano y sus dedos de colores y desapareció. En ese momento la fuerte luz se apagó y volvió la habitual oscuridad de la noche. Los vecinos regresaron a sus casas. Aniceto también, pero, con todo lo ocurrido, no pudo dormir nada.
La mañana siguiente, todos se despertaron pensando que habían tenido un sueño. Pero los montones de basura seguían en la plaza. Nadie entendía lo ocurrido, pero tampoco querían saber
mucho más de lo que vieron. Pensaron que nadie les creería, así que se limitaron a retirar toda esa basura con camiones específicos para cada material.
A partir de entonces, con su valle, arroyos y bosques completamente limpios, los vecinos volvieron a disfrutar de la naturaleza y prometieron cuidarla especialmente. Los animales regresaron a la zona y todo el entorno recuperó su máximo esplendor. Y con ello, nuevamente, volvieron personas llegadas de lejos atraídas por la grandiosidad del lugar. Aunque en esta ocasión, con la lección bien aprendida, todo se mantuvo limpio y bien cuidado.
Se colocaron contenedores de colores para recoger basura de manera selectiva; además de carteles explicativos. Aniceto, entre otros, ofreció charlas a colegios y excursionistas para enseñar a cuidar y respetar la naturaleza. Incluso algunos vecinos, recordando aquella noche mágica, aprendieron a realizar con viejos envases, simpáticas y curiosas figurillas de animales, seres imaginarios, adornos y útiles diversos, como maceteros o comederos para aves. Esas creaciones fueron tan valoradas por los visitantes, que llegaron a convertirse en todo un emblema para la aldea.
Curiosamente un vecino reparó que cambiando el orden de las sílabas de Ciclare se formaba la palabra RECICLA, una propuesta que como invitación, los aldeanos, quisieron hacer extensivo al resto del mundo.
Y cuentan que, aunque nadie decía nada, todo el mundo sabía que Junco, el duende del reciclado, volvía de vez en cuando y, de alguna manera, les protegía y cuidaba, a ellos y a su extraordinaria y maravillosa naturaleza.


Juan José Jurado

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